
Parada regia
Vine a Monterrey porque me dijeron que de aquí es un poeta de la generación de Medio Siglo, un tal Gabriel Zaid. La juventud exploradora disfrazada de intenciones académicas me llevó al norte hace poco más de año y medio.
A distancia, reflexiono sobre cómo concebimos en el interior de la república a esta ciudad. La respuesta inmediata es que se le idealiza como uno de los lugares con mejor calidad de vida. Mucha de esta falsa creencia la sustenta el fenómeno mediático que coloca a San Pedro Garza García como el municipio modelo de México, y siendo más pretenciosos, de América Latina.
Lo cierto es que San Pedro no es Monterrey. Es el municipio menos poblado del área metropolitana y el que hace más evidente la desigualdad en Nuevo León.
Esta desigualdad y no la pobreza, que estamos acostumbrados a escuchar en los discursos, es la que alimenta las estadísticas de CONAPRED y nutre los demás desequilibrios sociales. Radiografía de México que se agudiza a la hora de poner en una balanza a San Pedro Garza García vs San Bernabé o al detenernos brevemente a reflexionar nuestro tránsito por la Av. Lázaro Cárdenas a la altura de Valle Oriente.
Con los lentes de migrante nostálgica, sin embargo, recomiendo pasar por esta ciudad. Lejos de lo incómodo que pueda ser el cruce, la esperanza contra la barbarie, permanece.
De Monterrey me llevo los asadores y el periodismo de José Alvarado. Guardé en la maleta la deidad de los regios por el fútbol y el activismo de aquellas asociaciones civiles que apuestan por la primavera regia.
De esta ciudad decidí no empacar la dependencia al automóvil, la falta de banquetas, espacios peatonales pero sí guardé celosamente la aventura de mis piernas. No hay destino imposible si tengo dos ruedas y un manubrio cerca.
En mi equipaje llevo al regiomontano universal y su capilla Alfonsina. El imponente edificio de la biblioteca Raúl Rangel Frías y la Casa Universitaria del Libro. Me traje el humanismo de Adolfo Prieto y las aulas de su escuela en el Parque Fundidora. A un lado, va el barrio de la independencia los domingos de mercado y el folclor de las cumbias rebajadas dando vida a lugares inhóspitos.
Pero sobre todo, envolví en calidad de frágil la “M” de la Sierra Madre, el cerro de las Mitras, el Topo Chico, la entrañable Huasteca y los espectáculos que en sus tardes estivales me regaló la Silla. Sería un desastre si no fuera por estas montañas.
Dejo la desigualdad y la mutación a esa urbe cada vez más invivible de la que nos hablaba Rosaura Barahona en su columna en “El Norte” apenas hace un par de meses. Parafraseando al poeta regiomontano; uno a veces no acepta lo dado, de ahí la fantasía. Esa fantasía siempre hace más ligero el transitar. Fui por Gabriel Zaid y regresé con un equipaje lleno de fortuna.
Griselda Cruz

Por: Griselda Cruz López / Periodismo, edición, escritura y gestión cultural / Ruta Alterna / 2016
