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Monterrey / 27 / Junio / 2015

Por: Griselda Cruz López / Periodismo, edición, escritura y gestión cultural

griseldaa28@gmail.com

De cómo promover la movilidad alternativa y Gabriel Zaid

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Ruta Alterna / Movilidad y Cultura Urbana
Ruta Alterna / Ciclismo / Movilidad y Cultura Urbana

Hace seis meses empecé a usar la bicicleta como medio de transporte. No tengo automóvil y entre la jerarquía de mi prioridades, lo anterior se encuentra en el  eslabón más bajo. Pudiera enumerar los mitos y clichés regiomontanos pero son 

del dominio público y hacerlo sería un discurso innecesario y repetitivo. Lo que vale la pena señalar es que en los colectivos de bicicleta hay un patrón que se repite: gente creativa, dicharachera, alivianada entre otros calificativos ajenos al ciudadano promedio de un lugar. Una opción de acercamiento a la ciudad para una migrante sureña. Pero no confundan. No soy vegana, ni activista, no voy a Pueblo Bicicletero los domingos. Y no suelo asistir a rodadas de ningún colectivo. Al contrario, discrepo con el modus operandi de muchos de ellos.

 

Y es que la escena del ciclismo urbano es una navaja de doble filo. Andar en bici está de moda. Desde que Facebook se usa como escaparate ególatra la concepción de esta actividad, como muchas otras, se reduce al “Check-In” para superar los “likes” del recorrido pasado. ¿Quién trae la Jamis o la Niner más reciente? ¿Cuántos Kms hiciste en Strava?  La recreación y el deporte son parte del show. Lo que resulta contradictorio es que la gente, incluso la que está a cargo de estos proyectos, llegue en sus vehículos al punto de encuentro, pudiendo llegar en bicicleta. 

 

No estoy en contra del automóvil. Pero los colectivos de ciclismo urbano nacieron de la necesidad de promover la movilidad alternativa, y  de un tiempo a le fecha, su naturaleza se ha tergiversado y limitado a organizar recorridos o “paseos”, con una temática meramente recreativa o en su defecto, de entrenamiento.

 

Aquí la bola de nieve. Comentarios sobre la falta de “cultura vial” en Monterrey son muy comunes y por ende, también usados como justificación para no usar la bicicleta. Sin embargo, la inseguridad de los ciclistas urbanos va más allá de la inconciencia de los conductores. Los factores aledaños son infinitos; baches,  falta de sensibilidad en el diseño de las avenidas y edificios e incluso la carencia de bici-estacionamientos.

 

Ahí es donde radican las debilidades que podrían ser aprovechadas por el activismo en la ciudad. La promoción de la movilidad alternativa necesita esfuerzos que vayan más allá de organizar rodadas recreativas un día a la semana. Requiere de voluntades y disposición tanto de la ciudadanía como de la parte gubernamental para generar políticas públicas que garanticen la seguridad de los ciclistas.

 

El caso de Monterrey, es un fenómeno paradigmático de lo que sucede en las ciudades grandes de México. La obsesión activista por centralizarse en los primeros cuadros de la ciudad, recuperar áreas verdes y hacer calles peatonales sigue siendo necesaria pero no única. El centro es solo una arista de las problemáticas que se reproducen a mayor escala en el área metropolitana.

 

Tomando la ciudad como punto neurálgico de la industria a nivel internacional.  Es preciso señalar que gran parte de ésta, funciona debido a los obreros, operadores y de más personal que usa la bicicleta para llegar a los lugares despoblados donde se encuentran los parques industriales y donde no llegan las rutas de transporte público. Aunque de manera abstracta, y obligados por la necesidad, ellos son los que eventualmente marcarán la diferencia en la gestión de infraestructura. Tal es el caso de la ciclovía que actualmente funciona en Apodaca, NL.

 

Otra vertiente promotora del ciclismo urbano son las personas que se dedican a recolectar vidrios metales y demás materiales de reciclaje. En su modus vivendi están contribuyendo directamente a la sustentabilidad ambiental de manera genuina y sin pretensiones. Aunque desafortunadamente, son los primeros en carecer de esa anhelada sustentabilidad social.

 

Existen también zonas de Monterrey donde se utiliza la bici como equipo de trabajo. El Tecnológico, barrio de donde soy vecina, es ejemplo de ello. Los repartidores de los negocios locales no podrían operar sin su bicicleta. Aquí pues, hay un acercamiento importante de la microempresa hacia sus trabajadores. Generan  empleo y una opción de movilidad.

 

Es el efecto dominó. Si la intención es crear un cambio tangible, habría que salir a las calles, dejar la pretensión de los colectivos una vez a la semana, perder el miedo y subirse a la bicicleta para ir al trabajo, a la escuela o a donde la necesidad demande. Dice el regiomontano Gabriel Zaid en uno de los ensayos de Cómo leer en bicicleta (1975)  “La bicicleta se hizo real, nos hizo reales: entró bárbaramente como caballo en una iglesia. Pero si leer no sirve para ser más reales ¿para qué demonios sirve?” Sin la metáfora de Zaid, montémonos a la bicicleta bárbaramente como hordas de caballos en iglesias, si no nos hacemos más reales, por lo menos nos haremos más visibles.

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